De alguna manera, somos toda esa
amalgama de memorias y esperanza que se va derramando lentamente, manchando el
vidrio del aparador mientras la vida continua con el ritmo que le caracteriza. Nadie
ha venido a limpiar nuestros desastre y cada intento suelo estropearlo más,
incluso he resbalado un par de veces, pero me levanto enseguida pretendiendo
que nadie me vio. Al final del día solo yo tengo el conteo total de las caídas
y tropiezos, el saldo de heridos en la periferia; incluso hay algunos que
piensan que he estado haciéndolo a propósito y ahí, tirado entre todo el
desorden a medio pasillo, les digo que me agradaría poder pensar así.
Las últimas instantáneas del
primer lugar en el que te vi tienen los colores errados, los girasoles han
cambiado medio tono, tu blusa morada ha de tener un tono que asemeja un rosa
inexistente; los chicos que paseaban alrededor parecen tener caras verdosas, y
para variar no consigo identificarme del todo dentro de ese cuadro absurdo. Probablemente
en ese momento dejé en claro salir en el último momento y quedarme con una
imagen no perturbada de ti en ese lugar, que ahora no tiene ningún significado.
No he dado oportunidad alguna a
la contestadora. Apenas he visto su nombre en la pantalla, sabía que la llamada
era para mí. La zona de guerra parece tener una tregua absurda entre las
ventanas de lo que solía tener por certeza. Me he perdido tantos días a lo
largo de este año, tanto tiempo dormido y como no sabiendo bien quien soy. La
inercia idiota de creer que se necesita algo más pa´ ser feliz; todo es un álbum
que no se termina de llenar.
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