De pronto tengo la estúpida
noción de no escribir nada de lo que acontece, como si la vida no significara
nada o como si todo se tratara de un receso. Pronto el viento de otoño golpea
la ventana, el eco de las hojas en las copas de los árboles. Toda la noche se
vuelve una cúpula para preservar tu esencia en una ciudad cambiante; los aromas
se desgarran en una fuga premeditada.
Han sido semanas difíciles, de
pronto hay tantas cosas sucediendo y a la vez nada me sucede. Quisiera creer
que el rush de todo sucede solo en algún lugar que ambos conocemos. Un lugar
apartado a las afueras de la ciudad en donde las luces mercuriales no se comen
las pocas estrellas que la contaminación deja ver. Incluso podría ser un lugar
en el centro de la ciudad, entre las banquetas dañadas y los negocios
abandonados, un lugar al que llegamos por casualidad, mientras los demás
preparan su recorrido habitual.
Hay momentos breves –pero los
hay- en donde todo parece tener el lugar y el tiempo adecuado, como cuando las
miradas se encuentran y el tráfico en la hora cumbre se precipita ante nosotros,
la tarde se desvanece, la ciudad se desvanece; incluso nosotros nos
desvanecemos el uno en el otro. no estamos consecuentes de ello. De pronto el
cielo da un vuelco y perdidos entre el ruido de nuestros pasos, escondidos ante
el cobijo que solo el querer sabe dar, continuamos con lo que sea que suceda.
Entonces, cuando preguntas
¿Cuáles son tus planes para esta tarde?
Mi respuesta ideal e invariable
Tú.
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