A la muerte se le gana todos los
días y a veces simplemente no. se le enfrenta y el despertar implica una victoria.
Quiero destruirlo todo hasta las cenizas, no dejar bordes ni espacios. Desaparecer.
Surfear el trafico como un día de vacaciones, llegar a tiempo y ser un modelo estándar
a seguir. Ayudar a los que me utilizan a tener mejores ganancias, escribir rápido
y no perder el tiempo; involucrar procesos capitalistas dentro del vacío que
crece cada mañana, tener menos tiempos muertos durante la ducha. Salir temprano
de casa para poder ceder el asiento en el autobús. Cruzar la calle antes del
cambio de luz, esquivar los charcos uno a la vez. Sortear los peatones a
contraflujo y los vendedores ambulantes como minas de un trayecto ciego. Un autómata
de las aceras y los cruces peatonales, la luz del celular interfiere la
periferia de mi visión. El silencio interno crece mientras el ruido ambiente
hace una especie de fade-in, la señora de junto se preocupa por el almuerzo. El
mar de gente me abraza cada tarde, trata de juntar los pedazos de quien trato
de ser. Voy disfrazado tratando de jugar un rol que no me pertenece, viendo por
la micro-ventana como juegan fuera todos mis compañeros, hacen gestos con sus
manos mientras me animan a integrarme; trato de no prestar atención mientras
reviso el correo, no quiero distracciones.
Voy hilando las pocas palabras
que llegan entre tareas, la hoja se va llenando a la par que va perdiendo el
sentido, pero es bueno poder hacer varias cosas a la vez, perder la capacidad
de concentración y dejar todo inconcluso. Me he quemado más veces de las que
puedo recordar, cada día descubro una nueva torpeza, mis dedos se atrofian poco
a poco, mi vista se mantiene. No es la mejor condición, aunque para ser sincero
no es mi mejor mes; soy más bien como la ciudad, deberías verme radiante
durante el otoño, en los momentos en los que la neblina se hace presente y la
luz toma un papel protagónico, no es que sea del todo fotogénico.
Hace unas noches soñé que me perdía
entre los pliegos de la persiana. Afuera amanecía, la calle tenía algo de
humedad de la noche anterior. Los recolectores de basura estaban esperando
terminar la calle, luego de unas casas más retrocedieron. La monotonía de mi
sueño es una señal de que a estas alturas la sorpresa ha escapado del todo. Quiero
soñar acerca de ella, de su piel suave, de los momentos de silencio, del vibrar
incesante, de la torpeza repentina. Aún tenemos movimientos mecánicos que
culminan fuera de nuestras dimensiones.
Con este texto no pretendo nada
extraordinario, pues a la muerte se la gana todos los días y a veces
simplemente no.
Suena la alarma.
Es hora de despertarse.
Suena la alarma.
Es hora de despertarse.
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