En ese entonces era yo un poema de 1930, uno de esos que están
doblados entre las hojas de una vieja libreta. Pudiste encontrarme un viernes,
pero no me leíste hasta un lunes por la mañana. Era una de esas hojas amarillas
a las que no se les presta mucha atención sin duda creo que eso fue lo que te
atrajo de mi, pues en algún momento comenzaste a leerme sin titubear.
Me leíste detenidamente en voz baja, respetando cada signo
de puntuación y con la correcta entonación. Me releíste dos, tres y hasta 4
veces. Admito que me sentí muy emocionado, pues nadie me había leído así antes.
Me hiciste vivir algunas pasiones que nunca tuve desde que
me escribieron. Desde entonces pienso en ti todo el día. En la desconocida que
me dio ese sentimiento para sentirme vivo de nuevo. Tal vez el amor que hay entre
nosotros es un anacronismo, o una especie de revelación. No creo que sea ilegal.
Lo más seguro es que se trate de lo primero pues tus labios no le corresponden
a los míos en esta justas parte de la historia. Puede que este viendo directo
hacia tus ojos, pero no encuentro mi reflejo y de nuevo tengo ese sentamiento
como que te vas sin decir adiós, cierras
tu libro y de pronto todo es igual.
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