De pronto tengo la sensación de
haberte vivido hasta tú muerte, de saberte cada pinche gesto que puedes lograr
un domingo entre el bullicio de los niños; tus labios yacen sin maquillaje
entre la palidez de tus ojeras.
Nunca entiendo las caminatas que
pueden llegar a retrasar los espacios neutros, ni los protocolos de las fiestas
familiares; es algo que siempre me termina por sorprender. Soy el mal karma que
tu madre nunca terminó de comprender; mientras la cena continúa en el sentido
correcto.
El salir apresuradamente fingiendo
tener algo que hacer, es la rutina de sábado que solía conocer. Buscar espacios
nuevos para terminar con los mismos trucos baratos que no recuerdo del todo. Hacer
las paces antes de cada discusión: “nada de lo que diga ahora tendrá sentido,
porque estoy enfadado y te quiero” volver por un helado para resaltar los
puntos clave.
¿Qué pretenden las calles oscuras,
los charcos y algunos baches? quizá no debería seguir esta ruta, el protector
de la ventana me es demasiado familiar y la calle al final es justo un espacio
que fácilmente podría recorrer.
A pesar de las películas y
libros, todo esto termina en domingo, pues eres un menjurje de situaciones
dominicales; eres un domingo eterno.
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