Me gusta la ciudad con frio, con
poca gente merodeando en el centro, porque es entonces cuando simplemente se
encuentra la gente que tiene que ver con el centro. Yo no tengo mucho que ver con
el centro, pero me agrada mucho; me gusta la idea de vivir en él, pues el
centro vive en mí. No es como la idea de ser un chico urbano, me es más bien la
idea del bullicio constante que va acaparando todo. Me agrada el vendedor
ambulante, que va haciendo como 4 trabajos a la par que el semáforo se mantiene
en luz roja, me agradan los transeúntes distraídos que se van embelesando con
las líneas de fuga – casi nulas- que les da el panorama citadino. Todos los vehículos
como ríos entre los breves espacios verdes. Aunque también me agrada la
tranquilidad y silencio que brindan los espacios no urbanos, como lo son los
arroyos, ranchos y ejidos. Me gustan los métodos establecidos que tienen para
con cualquier situación que se anteponga frente a sus narices. Me gusta cuando
llueve y salen insectos por todos lados y las praderas se ponen verdes y los
barrancos se llenan de vida, todo se vuelve pacifico en esos momentos, pues el
aire tiene un aroma que sabe a monte y te hace perderte a momentos.
Luego suena la alarma, son las 7
y es hora de volver al traje gris, para seguir teniendo esos momentos de escape
entre juntas. En medio de la gráfica 2 y la 7 mi atención comenzó a fugarse con
la idea de una pradera en tonos trigueños, tus labios como aquamarina, uñas
color salmón y mirada clorofórmica. El negro de tu cabello es la advertencia
perfecta para un depredador de tu calibre. La junta está por terminar dentro de
este safari de ejecutivos y no queda masque ser el plato fuerte, para cuando te
decidas a cometer el atroz deseo de acorralarlos ante una sala de juntas con
tanta gráfica.
El trigo siempre tiene un sabor
extraño, un sabor amargo, que solo el aquamarina de tus labios sabe deslavar
bien.
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