El ritual suele ser el mismo: al llegar me quito los zapatos
y me recuesto con todo y mochila sobre la cama, enseguida enciendo un
cigarrillo y lo fumo viendo la pared del pasillo. Dejo pasar unos minutos, unas
horas, el mayor tiempo posible entre el arribo y la llegada; quiero prolongarlo
todo, dejarlo hasta que se me olvide, pero no es así, todo toma más fuerza; en
este punto ya no hay nada que hacer.
Lo primero es cambiarme, ponerme cómodo, dejar de ser el yo
que lidia todo los días con la parte exterior del mundo, tener ropa que me
recuerde lo que se supone debe recordarme. Luego los textos, unas breves líneas,
unas breves memorias. de pronto los trigales, las oleadas de viento, y algo de
polvo. entre los senderos lejanos y caminando, tu presencia.
Estoy cansado; cansado de ti y de mí. Cansado de lo que
implica no poder hacer nada al respecto, de tener que lidiar con el
desconcierto incontrolable. Brevemente estoy llegando a un punto de equilibrio,
en donde lo natural es despertar exhausto.
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